¿Qué es una etiqueta RFID?
Durante muchos años, los códigos de barras tradicionales ocuparon un lugar privilegiado en la vida de todos nosotros, señalados como los identificadores ideales para cualquier producto del mercado. De hecho, desde su aparición en los años cincuenta, su uso (y su abuso) ha llevado su alcance más allá del objetivo para el que habían sido creados. Su estructura ha llegado a ser musa de muchos diseñadores, e incluso sirvió de inspiración para los creadores de uno de los fracasos más desastrosos de la historia de los juguetes en España.
Sin embargo, hace ya tiempo que aparecieron nuevas alternativas para la identificación de productos, más eficaces, con mayor capacidad de almacenar información y con mayores prestaciones. Como los geekófilos códigos QR, tan de moda últimamente en el marketing online, con aplicaciones tan originales y curiosas como ésta. O como las etiquetas RFID, que han abierto un enorme mundo de posibilidades a la gestión de la logística de una empresa. Sobre todo cuando estamos llegando a niveles de sofisticación tan elevados como éste.
Un RFID es, básicamente, un chip que, asociado a una minúscula antena, puede almacenar, recibir y enviar información.
Y todo a escala chip, claro, permitiendo por ejemplo, alojarlo en una sencilla pegatina preparada para adherirse a cualquier producto.
¿Y cómo funciona una etiqueta RFID? Es más fácil de lo que parece: a través de un lector especial se emite una señal de radio que el chip recibe, devolviéndole como mensaje la información que en él contiene. Esto en el caso de los llamados RFID pasivos, que se activan mediante la energía recibida por la señal del lector. Hay otro tipo de RFID, los activos, que mediante una batería integrada en la etiqueta, pueden emitir su propia señal a muchos metros de distancia, esperando que sea recibida por algún lector.
Mediante esta forma de actuar, las RFID se han convertido en una opción ideal para controlar stocks en almacenes, asegurar la trazabilidad de los productos y, en general aumentar la eficiencia de los procesos logísticos. Frente a los códigos de barras, los chips RFID tienen una mucho mayor capacidad de almacenamiento de información, pueden ser actualizados, revisados y reprogramados, y permiten ser utilizados como:
- Identificadores únicos de producto para su trazabilidad y seguimiento de envíos
- Sistema de cobro instantáneo en tiendas que, por ejemplo, escaneen los RFID de un carrito lleno de productos. (Adiós a la típica escena de un cajero de supermercado pasando uno por uno los productos ante un lector de códigos de barras, creando una emotiva sinfonía de “bips”)
- Sistema antirrobo en tiendas dotadas de pórticos (macrolectores RFID)
- Sistema de localización exacta de cada producto en el almacén
- Generadores de ultravelocidad a la hora de hacer inventario, ya que, pasando un único lector por las estanterías del almacén se pueden controlar todos los productos, revisando al instante su stock, precio, fecha de entrada en almacén, fecha de caducidad en el caso de productos perecederos…
Como ves, los RFID suponen toda una evolución en la identificación de productos, y aunque su coste es superior al de los códigos de barras, no suponen un gasto excesivo, especialmente comparando las ventajas de cada uno de ellos. En todo caso, y de momento, para evitar los problemas que causaría que alguno de los integrantes de la cadena logística no dispusiese de la tecnología necesaria para operar con RFID, lo lógico sería que ambos sistemas conviviesen en el mismo producto
(Y, por supuesto, por las enormes posibilidades que para el diseño siguen suponiendo los códigos de barras)